Desde la senda primera
conocí en mi frente la fuerza
de tus manos y de tu agua.
Crecí en tu huella blanda,
a veces equivoqué la ruta,
mas, Tú, Señor, jamás alzaste
la voz para castigar el extravío.
Atado a tu Cruz conocí dichas
y tristezas de un mundo feble,
sin que tu luz cegara mi lámpara
que a lo lejos me llamaba.
Hoy, ya doblando la última curva,
vislumbro con certeza tu Casa,
seguro estoy que arribaré a Ella
descalzo, desnudo de huesos,
portando sólo mi alma serena,
luciérnaga en el bosque que me acosa.
Creo en Ti, como en la límpida flor
que en tu entorno es fragancia
del perdido Paraiso que me aguarda.
Espera, Señor; a tu compañía
va mi planta descalza,
la frente tersa, el espíritu alto.
Gracias, por saber que en Ti
no habrá muerte. Que seré soplo eterno,
que en Tí está
el placer de mi último descanso.
Carlos Eduardo Saa
Cerro Barón, 04/1/2011
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