martes, 9 de abril de 2013

MI PADRE BAILÓ CON LA ROSA MALFÚ

Mi padre bailó con la Rosa Malfú,
Punta reconocida del puerto bajo.
Eso fue por los años 30, ¿sabe usted?
Mi viejo era mozo de buena pinta,
Algo suficiente pero canchero
En las cosas de mujeres bravas
Y brazo rápido en las cargadas.
Nunca anduvo armado, ¿para qué?
Sí con la fuerza del cuerpo bastaba
Para derribar al más fortacho.
Era ladino, mi padre, gozador del vino
Fuera bueno o rajador de hocicos,
De ese que a veces venden en los boliches
De los campamentos mineros.

Güeno, como le iba mentando,
Mi viejo bailó esa noche con la Rosa,
Flor de charcos, le decían a la mina,
Porque había nacido en Curranco,
Que está lado de un estero.
Esa noche mi padre andaba alzado
Porque le habían pagado el mes
Y algo más en la compañía minera
Y para cuidar de los bandoleros los pesos
esa noche portaba corvo afilado.
Nada de corto de genio encaminó
Sus pasos hasta el boliche del Carolo,
Situado al lado de la cancha de fútbol,
Donde las horas no se hacían nada
Entre tomas, bailes y amores pagados.
Cuando la media noche ya daba vuelta
Para la madrugada la Rosa olió la plata
Y vivaracha que era, le sonrió a mi viejo.
Entre risitas y palabras calientes
Las cosas avanzaron y los bailes
Parecían quemar la paredes de calamina.

Como a las tres se apareció el Ramiro,
Del que se decía el hombre de la mujer
Y se sentó en la mesa de un rincón,
Observando torvo a la Rosa y a mi padre.
De algún lado ya venía con el trago puesto
Porque al poco rato se levantó
Y se fue como fiera hasta la pareja.
A la pobre Rosa la agarró de las crenchas,
A mi padre le habló fuerte y siniestro,
Diciéndole que si lo volvía a ver atracando
A su hembra, con él se las iba a ver corvo
en mano, y que se diera por agradecido
que por esta vez sólo se lo avisara.
Mi viejo no era de los se quedaba callados
Así que le contestó firme al Ramiro,
Que si era tan corajudo pelaran al tiro.
Y así no más fue, que en la cancha
Casi a oscuras a corvo se enfrentaron.
Los mozos eran de edad parecidas,
Por los 27 andaban y pesaban similares kilos.
Entre amagues y ataques pasó media hora,
Los dos no se hablaron palabra, oiga,
Pero empezaron a cansarse y asesar.
El Ramiro vio un hueco en la defesa
Y se lazó como puma sobre mi viejo.
Calculó mal sí, porque una herida
Mortal le partió en dos el pecho.
Y ahí quedó el hombre de la Rosa Malfú,
Mirando al suelo sin comprender
Lo que le había pasado.
Mi padre, fiero pero leal
No se movió para rematarlo
Y ese amanecer se murió un minero.
Mi viejo limpió la sangre en el corvo
Y sin mirar atrás se alejó hacia los cerros,
Donde estuvo tres días completos
Reflexionando en lo sucedido.
Al cuarto día se entregó al retén del pueblo,
Quedando al tiro prisionero.
El juez dio sentencia aceptando
Defensa propia pero condenó el duelo,
Así que seis meses de capacha
Se tragó el viejo sin ningún reclamo.
En cuanto a la Rosa Malfú,
Dicen que se fue para otros terrenos
Para pecar y bailar sin miedo
A pasar otra aventura como la muerte
Del que por años fuera su dueño.
Pero como el destino no suelta a nadie,
Una noche en un miserable
Prostíbulo, otra prostituta celosa
Le cortó la garganta con filoso fierro.

La Rosa se hizo famosa por estas cosas
Y seguramente por inventos
Se convirtió en una especie de heroína
En los campamentos y en las aldeas,
Diciéndose que fue mujer mala
Por necesidad y no por vicio del cuerpo.
Vaya uno a saber la verdad, amigo,
Si fue mujer buena en desgracia
O prostituta por gusto de hacerlo.
La cosa que esto le dio nombradía
A mi viejo en todos los boliches
En donde los zalameros le invitaban
Comida y trago y conversación rastrera.
Eso lo cabrió ligero y se retiró pronto.

Un una plaza de una ciudad lejana,
Se encontró con mi madre y se casaron,
Lueguito nací yo, seguí sus malos pasos
Primero y esta noche tengo corvo en mano
Y al frente un rival de cuchillo artero.
En este instante previo a la sangre
Me acuerdo de la noche que mi padre
Bailó con la Rosa Malfú y luego el duelo.
La noche está fría, con mal presentimiento.
Algo me dice muy dentro que no llegaré
A viejo, que me prepare a morir
Bajo los álamos de la quebrada seca.
Sin por ello retacarme, enrollo el poncho
En el brazo izquierdo, apronto el filo
Y sin mirar las estrellas, al otro espero.


Carlos Eduardo Saa
Cerro Barón
06/02/2013

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