¡Hola, Negrito!, su boca exclama mientras estira su cuerpo en tensa liana.
Yo la beso en los labios, la nariz y la frente, eufórico de saludarla.
Ella es eterno aljibe para mi ansia receptora de mi simiente blanca,
que en sus entrañas estalla, dulce culminación de mis ataques.
Del muñido lecho se levanta y camina por el departamento
despertando las paredes, cada rincón, la cocina, toda la casa.
El humeante café del albo tazón calienta su cuerpo
y se le ilumina la cara.
Cierra la puerta cuando al trabajo marcha,
quedo solo, en el silencio de la sala, corro al dormitorio,
hago la cama, y huelo en las sábanas la fragancia,
que ella, mi amada, en su dormir dejara.
Y yo la veo caminar por las calles santiaguinas, de los hombres admirada.
Sol y farol es de tantas almas. Mas yo sé que a mi sólo me ama
Así la veo, sangre en mi sangre, clara.
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