En la profundidad de tu mirada navegan
las
aguas claras de tu infancia.
Mas, nubarrones imprudentes interponen
tu boca del dulce pecho e
incubas auto rabia.
En sureña encina aserraste ríspido puñal;
hacia dentro lo arrojaste y hoy te laceras
si quien
no amas pretende el aljibe de tu
entraña.
¿Por qué ese automartirio?¿A qué
culpar tu belleza
de tan natural asedio?¿A qué
condenar tus dones,
flores encendidas para nuestro blanco
goce?
Amiga, invalorable miel de mi
amistad solitaria,
arroja lejos esa eutanasia, desecha
tan lacerante daga.
Si es preciso, clávala en mí.
Mi pecho desnudo para liberarte
de todo lo que te daña.
Orgulloso, recorrería la ruta que
hollar me falta,
luciendo el carmín que a tu alma ataca.
Caminaré sobre espinas para
liberar del flagelo
la flor de tu sangre.
Amiga,
¡dame ya tu daga!
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