Relumbró en la estéril arena
Santificada por la huella
Del Nazareno. Frutos
De eternidad maduraron
En beneficio de los hombres.
Sanó Jesús al leproso,
Primera llave que le cerraría
Las puertas de las ciudades.
¿Lo sabía el divino Maestro?
¿Por eso oró en la sabana
Galilea? Verdad o no,
El hijo de Dios no desvió
Su camino, continuó
Sembrando sanidad
Y la fortaleza del Evangelio.
Más tarde, el Cristo del Madero
Estremecería la tierra,
Cegaría al sol en tanto
Su espíritu regresaba
Al Reino de su magnífico Padre.
Abajo, en solitaria sepultura,
Nacía la nueva era humana,
Luz para el candelero eterno.
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